Comparaciones entre la verdad como correspondencia y la demostración de la verdad como discurso con base en textos de Jürgen Habermas y de Marco Tulio Cicerón
Comparaciones entre la verdad como correspondencia y la demostración de la verdad como discurso con base en textos de Jürgen Habermas y de Marco Tulio Cicerón
Escrito por la estudiante de la UCR: Alexandra V. Alpízar Escobar.
Palabras clave: Habermas, Cicerón, discurso, retórica, comunicación, filología, análisis retórico de Habermas y Cicerón.
Introducción: Esta investigación versa sobre una relación entre la teoría de la verdad como correspondencia, las pretensiones de validez y la justificación de una afirmación, todas estas estudiadas por Jürgen Habermas, con respecto a la demostración en el discurso, los atributos de las personas junto con los atributos de los hechos y la argumentación utilizando los hechos, estos planteados por Marco Tulio Cicerón.
Cabe destacar, que no se hablará en este análisis, por su carácter, acerca de las refutaciones que Habermas plantea acerca de la teoría de la verdad como correspondencia. La finalidad de dicho planteamiento es, en términos básicos, enlazar los temas antes mencionados y descubrir qué tanto pueden complementarse unos con otros.
Para empezar este punto hay que recalcar que, según Habermas, cuando un individuo plantea determinada pretensión de validez, se guía por una determinada intención. De esta manera, el sujeto expresa una certeza que ya posee y pretende que sea aceptada por otros individuos; es, de esta forma, una pretensión de validez, la cual es susceptible de comprobación intersubjetiva. Es en ese momento en que se pone a prueba una pretensión de validez que el discurso cobra sentido y se apaña de los argumentos para probar o no que dicha pretensión sea válida o no. Y es que la verdad no debe confundirse con los métodos y asuntos relacionados a la obtención de la misma. Obtener una verdad y ser ‘verdadero’ son nociones diferentes. Por ello, un acuerdo que se produce de manera contingente no puede valer como criterio de verdad, únicamente se puede conseguir si dicho consenso se ha realizado bajo argumentación objetiva. Son los argumentos la razón de que podamos reconocer la pretensión de validez de una afirmación, norma o valoración. Así, una afirmación necesita de explicación y una recomendación requiere una justificación.
Según Aristóteles, la retórica persuade cuando se les muestra la ‘verdad’ o lo que ‘parecer ser’, al menos, a los oyentes que examinan los asuntos planteados en el discurso. En el discurso se expone lo que conviene al caso y ya que no tiene género específico, puede aplicarse a multiplicidad de temas. Por medio del discurso, en lo que involucra el talante del que habla, es que se predispone al oyente de alguna manera, además de la utilización de lo que el discurso muestra o parece demostrar.
Según la teoría de la verdad como correspondencia, analizada por Habermas, aquello que de manera justificada podemos afirmar, lo llamamos un ‘hecho’. La diferencia entre objetos de experiencia y los hechos es que no podemos afirmar objetos ni experimentar hechos, sino que afirmamos hechos y experimentamos objetos. Para que esta teoría de la verdad sea aplicada o expuesta, los enunciados ‘verdaderos’ deberían corresponder a los hechos, pero “sólo si los correlatos de los enunciados representan algo real al modo como lo son los objetos de nuestra experiencia, es decir, son algo en el mundo” (Habermas, 1972, pp. 117-118).
Habermas menciona a Strawson, quien realiza una diferencia entre hechos y objetos de la experiencia o sucesos, la cual crea como resultado una aclaración respecto a descripción y referencia. Así, un hecho hace verdadero un enunciado; por lo cual, los enunciados verdaderos reflejan y describen hechos y no a la inversa. Los objetos de la experiencia, por su parte, son ‘aquello acerca de lo que se hacen afirmaciones’, es decir, referentes, un ‘acercad de’.
Todo esto cobra sentido sin dificultades en cuanto una pretensión de validez es puesta en duda, la ‘verdad’ ha sido puesta como objeto de análisis ante la duda. Las proposiciones que hayan sido expuestas se deben explicar y defender de manera discursiva para que el hecho pueda ser corroborado como ‘verdad’ o como ‘falsedad’. Este planteamiento de Habermas es posible relacionarlo con la ‘demostración’ del discurso que describe Cicerón en su Retórica.
Según este orador, gracias a la ‘demostración’ es que la causa expuesta [aquí refiriéndonos a la pretensión de validez problematizada] adquiere credibilidad, autoridad y solidez; esto por medio de la argumentación. Esta herramienta es de utilidad para demostrar que algo es ‘probable’ o ‘necesario’. Los hechos se necesitarían para verificar que algo se produce o se produjo de la manera en la que se ha afirmado. Habría tres formas de presentar dichos argumentos: por medio del dilema, de la enumeración, o de la inferencia ‘simple’. El primero consiste en un razonamiento de refutación de lo afirmado, el segundo de una serie de hipótesis que puede ser descartadas una a una de acuerdo a los hechos probados, y el tercero se trata de una deducción cuidadosa acerca de qué tan probable es que hayan ocurrido los hechos de acuerdo a las circunstancias.
Ya sea mediante la ‘inducción’, la ‘deducción’ o la ‘probabilidad’ la argumentación crea un puente entre los hechos y el ‘discurso’. Después de la obtención de la base de nuestros argumentos y de crear la más adecuada percepción de manera objetiva, podemos ordenar aquellos objetos de la experiencia para explicar los ‘hechos’ y poder ‘afirmarlos’. La demostración del discurso, por lo tanto, pretende exponer los hechos para poder definir que una afirmación [pretensión de validez] es verdadera o no; en otras palabras, la pretensión de validez de una afirmación es la pretensión de verdad. Es posible ya que la verdad continuaría sin modificaciones y los hechos no serían distintos aún si la percepción o las afirmaciones estuvieran erradas; estos dos últimos son subjetivos, la ‘verdad’, los ‘hechos’, no.
2) Pretensiones de validez en relación con atributos de las personas y con atributos de los hechos
Habermas hace un breve recorrido para considerar varias propuestas en relación con determinar la verdad. Parte de la posibilidad de que el principal elemento para clasificar algo como verdadero o falso sean las oraciones; con el inconveniente de que, incluso en distintas lenguas, estas pueden reflejar el mismo estado de cosas y aún así variar si el contexto es diferente. Repasa la tesis de Austin donde la propuesta de que lo importante no serían las oraciones, sino ciertas clases de emisiones: las afirmaciones, para poder conocer lo verdadero y lo falso. Strawson asevera que el punto central no son las emisiones, sino los enunciados. Con todo esto el autor realiza la siguiente propuesta: “verdad es una pretensión de validez que vinculamos a los enunciados al afirmarlos” (Habermas, 1972, p. 114).
Habiendo dicho esto, Habermas defiende la propuesta de que hay cuatro tipos de pretensiones de validez, las cuales son: “inteligibilidad, verdad, rectitud y veracidad”. Cuando estas pretensiones no sufren de ninguna perturbación o cuestionamiento, podemos decir que se trata de una comunicación fluida; no obstante, en el momento en que una de estas pretensiones es problematizada y cae en la duda, el discurso puede aparecer para aclarar las dudas que han puesto en examen a dichas pretensiones. De este modo, cuando la “inteligibilidad” es cuestionada, las respuestas serán 'interpretaciones'; si se trata de un problema que presenta la “verdad” del contenido proposicional, sus respuestas serán 'afirmaciones y explicaciones'. Por su lado, si el problema es respecto a la “rectitud”, la respuesta vendrá a modo de 'justificaciones'; y por último, si se trata de la “veracidad” del hablante, la respuesta a las cuestiones se dirigirán a un tercero y dicho hablante de dudosa veracidad podrá ser interrogado.
Eso sí, cabe aclarar que con esta última pretensión dudosa la resolución no se resuelve del todo mediante el discurso, sino por medio de contextos de acción: interrogatorios o diálogos psicoanalíticos entre médico y paciente. Hay una coherencia entre lo dicho y la forma de actuar. La “inteligibilidad”, por su parte, es clasificada por Habermas entre las condiciones de comunicación y no entre las pretensiones de validez, ya sean discursivas o no. Esto ocurre por cuanto los hablantes de cualquier idioma pueden llegar a un consenso de normas lingüísticas y escoger el lenguaje que mejor les convenga a ambos; su resolución cuando es puesta en duda se soluciona de manera fáctica y no discursiva.
La relación entre el verificar que algo es verdadero, la certeza, y las pretensiones de validez se esclarece mejor con esta afirmación: “Una pretensión de validez la entablo, una certeza la tengo” (Habermas, 1972, p. 24). Las pretensiones de validez exponen una aseveración que intenta ser reconocida como verdadera y a la vez, está expuesta a ser examinada y problematizada; en cambio, la certeza acerca de un asunto es algo que tenemos y pretendemos que nos sea aceptado cuando expresamos una pretensión de validez.
Ahora, teniendo todo esto claro, podemos pasar a la cuestión de Cicerón. Este autor plantea que la demostración es aquella sección del discurso en la que una causa obtiene credibilidad, autoridad y solidez por medio de la argumentación. Sin embargo, como bien decía Aristóteles respecto a la flexibilidad del discurso para con los temas y causas, hay una base, eso sí, que puede utilizarse para la argumentación como normas generales. A saber: los atributos de personas [nombre, naturaleza, clase de vida, condición, manera de ser, sentimientos, afición, intención, conducta, accidentes y palabras] y los atributos de los hechos [los que son intrínsecos a la acción misma, los que están en conexión con las circunstancias que la acompañan, los accesorios de dicha acción, y las consecuencias de la realización de la acción].
Es preciso describir un poco en qué consiste cada uno:
El “nombre” es lo que cada persona posee y se utiliza para designarla con su propia apelación. La “naturaleza” refiere a las características tanto corporales como espirituales de cada ser, ya sean dadas por el nacimiento [como el sexo o el origen étnico] o por adquisición [aquello que ha obtenido y que afecta su manera de ser]. La “clase de vida” trata sobre con quién, cómo y bajo qué dirección se ha educado el individuo. La “condición” se refiere a su estatus como libre o esclavo, su caudal monetario, si posee un puesto público, si es afortunado incluso cuáles fueron las circunstancias de su muerte. La “manera de ser” es definida por alguna cualidad moral o física que sea permanente y que distinga al individuo [como una virtud u ocupación]. Los “sentimientos” engloban los cambios temporales en cuerpo y mente que sucedieron por un motivo específico [alegría, temor, enfermedad...]. Por su parte, la “afición” trata sobre la ocupación intelectual que se mantiene constante y es aplicada con ardor, además de acompañada por un gran placer por quien la ejerce. La “intención” se refiere a la decisión de hacer algo o no, y es de manera razonada. La “conducta”, los ‘accidentes’ y las ‘palabras’ se deben analizar, según Cicerón, en tres momentos del tiempo: [qué ha hecho, qué le ha ocurrido, qué ha dicho], [qué hace, qué le ocurre, qué dice] y [qué va a hacer, qué le va a ocurrir, qué dirá].
Ahora, respecto a los atributos “intrínsecos” de la acción: estos son aquellos aspectos que siempre están relacionados a dicha acción y de la cual no se pueden separar. Uno de estos aspectos se trata de la ‘síntesis’ de toda la acción y la cual contiene lo más esencial de los hechos; Cicerón pone como ejemplo “parricidio” y “traición a la patria” (Cicerón, 1997, p. 134). Lo siguiente es la investigación sobre la causa de ese suceso esencial y debe responder las preguntas cómo, por qué y con qué finalidad. Además de, por supuesto, los “acontecimientos anteriores, durante y después” de la acción.
Las “circunstancias” de los hechos analizan el “lugar, el tiempo, el modo, la ocasión y la posibilidad”. De este modo, el “lugar” se analiza desde la perspectiva de la ‘oportunidad’ que él mismo pudo ofrecer para realizar los hechos [la ‘oportunidad’ entendida como tamaño, lejanía, concurrencia, naturaleza del lugar, etc]. El “tiempo”, en este caso, se refiere a una ubicación en la eternidad; la cual se localiza por medio de las coordenadas de año, mes, día y noche. Además, se estudiaría la duración de los hechos. La “ocasión” trata sobre el lapso que permiten las condiciones para hacer o no hacer algo; se diferencia del tiempo porque trata, no sólo de la duración, sobre la oportunidad que hubo para realizar la acción. La “ocasión” mide una visión ‘pública, general y particular’. En el “modo” los hechos se examinan de forma tal que se averigüe el ‘cómo’ se hizo algo y con ‘qué’ intención; incluye la ‘premeditación y la imprudencia’. La “posibilidad”, por su lado, se refiere a aquello que facilita la realización de una acción y sin la cual pudiera realizarse.
Las “circunstancias accesorias” son aquellas “mayores, menores, iguales o semejantes” al hecho en cuestión. Incluye el opuesto, el género, la especie y el resultado [desenlace]. Y para finalizar con los atributos de los hechos, la “consecuencia”. En esta sección se engloban los hechos que derivaron o derivan de una acción determinada: qué denominación le conviene al hecho, quiénes lo provocaron o inspiraron, quiénes aprobaron o estimularon dicha acción, qué leyes o costumbres están directamente involucrados con el hecho, si tal acción ocurre con frecuencia o más bien se trata de un caso aislado, y, entre otras más, el saber si los demás individuos aprueban o reprochan el hecho.
Es posible plantear, después de este recorrido, que los atributos de las personas y los atributos de los hechos expuestos por Cicerón son un primitivo modelo de las pretensiones de validez estudiadas por Habermas. La intención principal vendría siendo la misma; con la particularidad de que los atributos que ofrece Cicerón son al respecto de un discurso ya abierto. Es decir, serían “interpretaciones” que aclaran la ‘inteligibilidad, las afirmaciones y explicaciones’ que responden a los problemas de la ‘verdad’ del contenido proposicional, las ‘justificaciones’ que esclarecen las dudas de ‘rectitud’, y los ‘interrogatorios’ hacia el hablante al que se ha puesto en duda su ‘veracidad’.
La correspondencia se daría de tal manera que los atributos de los hechos estarían al favor de corroborar la verdad explicando de qué manera sucedieron los hechos puestos en duda. Cada uno de estos atributos defenderían la tesis expuesta por el hablante para que su contenido proposicional sea tomado como “cierto”. Por su lado, los atributos de las personas se pueden dividir para abastecer las necesidades de las otras pretensiones de validez.
La “inteligibilidad”, como pretensión más bien fáctica que puede aclararse con un simple consenso y luego obviarse, queda pareja con los atributos como el “nombre, la naturaleza y la clase de vida”. De hecho, en la naturaleza y la clase de vida estarían incluidos sus modos de hablar y el lenguaje, así como las normas del mismo, que utilizaría para comunicarse y expresar sus pretensiones de validez.
La “rectitud” está más relacionada con la “condición, manera de ser, sentimientos, intención y afición” del hablante. Su condición ya sea como figura pública, su libertad o el dinero del que dispone, por poner los mismos ejemplos que anteriormente se usaron, se sumaría a los sentimientos del momento, a la intención e incluso, podría ser, a su afición para determinar qué potestad tiene para pronunciar lo dicho. Serían estos elementos su justificación para comunicar lo que sea que haya pronunciado.
Por último, queda la “veracidad”, la cual utilizaría como parte de su medio de resolución al conjunto de atributos: “conducta, acciones y palabras”. Sea cual sea el diálogo que consiga resolver qué tan honesto puede ser el hablante, puede utilizarse su conducta al momento de los hechos [y en este caso al instante de la comunicación], así como las acciones que acompañaron su pretensión de validez y las palabras utilizadas [no sólo las palabras en concreto, sino la manera en la que fueron hiladas y pronunciadas]. Estas cosas servirían para examinar las respuestas y también para poner o no en duda la veracidad del hablante.
A manera de síntesis para esta relación, puede resolverse una tabla que clasifica los atributos estudiados en sus respectivas pretensiones de validez:
“Aquello que justificadamente podemos afirmar lo llamamos un hecho. Un hecho es aquello que hace verdadero a un enunciado; de ahí que digamos que los enunciados reflejan, describen, expresan, etc.” (Habermas, 1972, p. 117).
Como en el apartado anterior se mencionó, cada pretensión de validez debe tener su “justificante” en caso de que sea puesta en duda o presente alguna problematización. De esta manera, para una afirmación se necesita, aunque pueda o no obviarse, una justificación que demuestre su veracidad. Cicerón, en Sobre el orador, plantea que uno de los deberes principales de un orador es el cambiar la actitud de los que lo escuchan hacia lo que él quiere, es decir, debe convencerlos de que su posición o afirmación planteada es la correcta. Del mismo modo, cada “justificante” de las pretensiones de validez pretenden cambiar las “dudas” por “certezas”.
De vuelta a la Retórica de este orador, se nos presenta cuatro formas de ganar el favor del oyente: hablar de sí mismo, de los adversarios, de los oyentes y de los hechos. Es este último el que nos interesa para este análisis, ya que son los hechos los que nos interesarían para justificar una afirmación acerca de algo. La argumentación, por lo tanto, deberá ser encaminada a la mera causa de la duda por resolver y declarar, según dice Cicerón, punto por punto cada tema a juzgar para ganar el interés del oyente. No sólo se presentaría la causa, sino en qué consiste la problematización y claro, dicha justificación aplicaría, siendo versátil, para cada pretensión dudosa que interrumpa la credibilidad de una afirmación.
Es aquí, en la presentación de los hechos y justificaciones, que ingresaríamos a la confusión entre la “objetividad” y la “verdad” que expone Habermas. Este tema es importante porque para exponer un hecho con todos sus atributos es necesaria la objetividad, pues toma otro sentido, pero, aún así, podría no ser “verdad”. Habermas explica que es a causa de nuestra “percepción” que podemos equivocarnos y llegar a utilizar dicha percepción, muy subjetiva, como pretensión de objetividad. Sin embargo, un individuo que sea dueño de sus sentidos debería ser capaz de corroborar dicha percepción para así estar seguro de la misma, ya que la verdad se mantiene inmutable en sus propias “argumentaciones” y hechos que la conforman. En añadidura, hay que aclarar que tampoco es lo mismo la verdad que las maneras de obtención de la verdad; las cuales, en este caso, pueden asociarse a la obtención de los atributos de hechos antes mencionados.
Habermas defiende la propuesta de que la verdad pertenece, categóricamente hablando, al mundo de los “pensamientos” y no al de las “percepciones”. Esto por cuanto las percepciones en sí mismas no pueden ser falsas, ya que la verdad no puede plantearse en dicho plano. La verdad “existe” y pertenece a otro ámbito, son los individuos que puede errar al intentar “captar” dicha verdad con sus sentidos. Para esto servirían los argumentos basados en los hechos. Como menciona Metzeltin respecto a analizar críticamente un texto, aplicado también a un discurso, no se trata sólo de reconocer un tema o la coherencia, sino también la intencionalidad inmediata y meditada; en este caso vendría siendo la intención de convencer al oyente de lo que se ha dicho es “cierto”. Entonces, el orador habría de convencer a sus oyentes ya sea estando de acuerdo o refutando los argumentos de su oponente; cambia las percepciones de quienes desea convencer y, citando a Habermas, podría decirles “¿No crees que la casa de al lado esté ardiendo? ¡Ve y convéncete tú mismo!” (Habermas, 1972, p. 133).
Conclusión: Es claro que el experimento planteado al principio de esta investigación ha salido satisfactorio. A pesar de que los enfoques de ambos autores sean un poco diferentes sí fue y es posible formular una relación entre ambos. El ‘lenguaje’ y, sobre todo, el ‘discurso’ son la materia prima para poder elaborar el enlace entre los temas que toca Cicerón y los que estudia Habermas.
Queda, eso sí, una duda de qué tanto más podrían relacionarse los tópicos, en cuanto a la argumentación y el discurso se refiere, de estos dos autores o qué otros podrían complementar o generar puentes teóricos para ampliar el estudio discursivo y comunicativo.
Referencias bibliográficas:
Aristóteles. (1994). Retórica. Libro I. Quintín Racionero. 1° Edición. Madrid: Gredos.
Cicerón. (1997). La invención retórica. Libro I. Salvador Núñez. 1° Edición. Madrid: Gredos.
Cicerón. (2002). Sobre el orador. Los tres deberes del orador: probar, ganarse las simpatías, cambiar los sentimientos. José Javier Iso. 1° Edición. Madrid: Gredos.
Habermas, J. (1984). Teoría de la acción comunicativa: Complementos y estudios previos. Teorías de la verdad. Manuel Jiménez Redondo. 3° Edición. Madrid: Cátedra.
Kapust, D. (2011). Cicero on decorum and the morality rhetoric. European Journal of Political Theory, 10(1), 92-112. (Traducción: Christian Felipe Pineda Pérez. (2012). Praxis Filosófica Nueva serie (35), 257 - 282. Chile: Universidad del Valle).
Metzeltin, M. (2003). Homenaje al profesor Estanislao Ramón Trives, Vol 1. En R. Almela Pérez, D. A. Igualada Belchí, J. M. Jiménez Cano, A. Vera Luján (Coords.). De la retórica al análisis del discurso. (pp. 539-552). Murcia: Universidad de Murcia.
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Cómo citar este artículo:
Alpízar, A. (28 de septiembre de 2020). Comparaciones entre la verdad como correspondencia y la demostración de la verdad como discurso con base en textos de Jürgen Habermas y de Marco Tulio Cicerón. Consejos de una beta reader. https://consejosdeunabetareader.blogspot.com/2020/09/analisis-retorico-sobre-ciceron-y-habermas.html
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