¡Hola, letritas hermosas!
Hoy vine a hablarles sobre cartas, unas de mis cosas favoritas del mundo de las letras y la comunicación. Pero, para quien no lo sepa aún, me explico el título: epístola se define como: Carta formal que se dirige a un conjunto de personas (las cartas que enviaron los apóstoles a diversas comunidades e iglesias para predicar el evangelio).
En literatura propiamente dicha, se trata de una composición normalmente escrita en verso con el fin de instruir, moralizar o satirizar (varios filósofos y retóricos enviaron cartas a ciertas familias o al público en general (cartas públicas) para enseñar determinados temas o comentar alguna inquietud común de la época). Si se refiere al “género epistolar” entonces tenemos composiciones literarias donde la base son las cartas enviadas por uno o más personajes tanto reales como ficticios.
Me gusta la etimología, así que la pondré como dato curioso. “Epistula” en latín y “epistolé” en griego; significa mensaje “escrito”, “carta”. Derivado de “epistéllein”, que significa: “enviar un mensaje”; y ese de “stéllein”: “disponer”, “preparar” o “enviar”.
Ahora sí.
Empezaré comentando algo que encontré en un artículo respecto al tema. Se trata sobre este diálogo donde sólo vemos una de las partes y que, aun así: “la presencia real del uno tan solo puede acompañarse de la reconstrucción imaginaria del otro, en un tiempo y lugar distintos” (Patrizia Violi, pág. 89). Esto me resulta de lo más interesante, realmente no se puede interpretar una carta, o más bien al “yo” que escribe la carta sin su destinatario.
Al estar dirigida a una o muchas personas le da sentido al texto y le dan un fondo a dicha carta. Incluso si es una carta para nosotros mismos (por terapia o un acto romántico donde le hablo a mi yo del futuro o del pasado), ese “alguien” en un espacio y tiempo distinto seguirá existiendo, mi yo del pasado es otra a mi yo del presente y a mi yo del futuro; somos, en un aspecto más sutil y filosófico, otras personas. Cuando me responden, seré ese ser en la lejanía para la otra persona. ¿A que está bonito todo esto?
Con este tipo de comunicación tanto remitente como emisor jamás están presentes al mismo tiempo, lo cual abre otro abanico de posibilidades distintas a un diálogo presencial o tecnológico (un chat, una llamada). Esto también genera una expresión distinta, porque hay tiempo de explayarse y agregar detalles más pensados. Ya sea para conversar o para educar, la epístola tiene una riqueza que el diálogo oral se percibe diferente o de plano no existe (por la rapidez de respuesta y diferentes ambientes). Además de que también entra en juego el tiempo y los obstáculos, surgen preguntas de si no llegó la carta a tiempo, si se extravió, si la otra persona no pudo o no quiso contestar más… Un mundo distinto.
Y como es un diálogo diferido, precisamente porque tarda en recibir una respuesta, las epístolas se pueden leer y analizar como un conjunto de un sola persona (emisor/receptor A) y también como como conjunto doble donde se incluye al emisor/receptor B. Por eso es que podemos entender la vida y situaciones que ocurrieron hace siglos. Cartas del mundo clásico que se pudieron mantener vivas a través del tiempo nos muestran cambios políticos, eventualidades vividas por retóricos, políticos y filósofos. Quizá no sepamos muchas de las respuestas que recibieron o cómo habrán estado sus parientes realmente, pero gracias a la proyección de los emisores y de lo que quisieran saber es que tenemos una posible idea del receptor.
Esperen, tengo que poner otra cita de Violi que calza con esta idea:
“El presente de la escritura tiende a desaparecer, continuamente negado por una anticipación que se realizará en el pasado, prefiguración de un futuro que ya ha tenido lugar.”
Es que las cartas nos hacen viajar en el tiempo, esas son nuestras máquinas temporales más bonitas y sin tanta carcacha y física matemática cuántica de por medio.
Las epístolas no sólo sirven para crear historias trágicas de amor o de amistades lejanas, sino también para darle cuerpo y más fuerza a las novelas históricas, estudiar sucesos o personajes históricos y tener una alternativa a los teléfonos. Muchas relaciones entre personas son evidenciadas también por este medio.
Aunque, no crean que soy de las que sataniza la tecnología porque de verdad agradezco el internet, pero lo clásico y la intimidad pueden conmigo. Y es que las cartas son tan íntimas que incluso con la manera de escribir, decorar y enviar el sobre se puede determinar mucho de la persona y de lo que siente (o los motivos de la carta).
No será lo mismo que alguien escriba con letra clara y cuidadosa a quien escribe trazos rápidos y frenéticos (o la misma persona en distintos momentos con cosas diferentes para notificar). Se puede inferir parte de la personalidad con ver si le pone muchos colores y adornos a la carta o si prefiere lo simple y ni si siquiera hay adornos en las palabras porque prefiere lo sobrio. También se podrá ver algo del receptor porque es distinto dirigirse a los padres que a la pareja o a los amigo. De hecho, me recuerda a los amigos por correspondencia actuales que en sus cartas y regalos se acoplan a los gustos de su amigo y le ponen los colores y diseños que al otro le gusta. Me encanta eso, se ve súper bonito.
Además, las cartas no sólo sirven para comunicación o creación de historias. Hay algo que se llama “terapia narrativa” y en la misma no sólo se pueden escribir cosas del pasado o proyecciones a futuro. Escribirse cartas a uno mismo o a alguien más es un medio efectivo de desahogo y reflexión. Las cartas no tienen por qué entregarse, con haberlas escrito para soltar sentimientos viejos o cambiar la perspectiva (programación neuro-lingüística) es suficiente.
No siempre los libros formados por epístolas van sobre una historia real donde alguien decidió publicar sus correspondencia o alguien más compartió su producción literaria (cartas de antiguos pensadores o historias como “84, Charing Cross Road” de Helene Hanff), a veces entra a ficción como “Correspondencia privada” de Esther Tusquets o “Drácula” de Bram Stoker). De hecho, yo me sentí súper perdida cuando empecé a leerlo y por eso lo tengo aún incompleto (es que pensé que era de narración en prosa normal, no correspondencia jaja).
El punto es que este maravilloso entramado de esta criatura extraña es entendible incluso si sólo tenemos un compilado de las cartas que fueron enviadas por un visitante a un conde con hábitos y características extrañas y una prometida (o esposa, no me acuerdo) preocupada por su amado y pendiente de sus cartas.
Algo que también me gusta de las cartas es que no necesitan emojis para expresar emociones. No estoy en contra de los emojis, lo uso mucho inclusive, pero al tratarse de un objeto hecho a mano, crear imágenes se vuelve más personal. Y es que se trate de dibujos, garabatos, stickers comprados o hechos, o también sellos, siempre habrá algo de personalidad en ellos. Yo no usaría plumas pastel porque no es mi estilo, mas sí el de una de mis hermanas; una amiga mía apenas le pondría color y otro compañero se va tanto a lo clásico que le basta su caligrafía y el papel donde vaya a escribir. A través del intercambio también se lucen los cambios de relación y los personales; no serán las mismas cartas que alguien escribió en su niñez que en la adolescencia y en la adultez, mucho menos estando alegres, enojados o tristes.
En cambio, los chats digitales tienen el limitante que no todas las plataformas tienen emoticonos tan personalizados y las fuentes de letras no sustituirán jamás, desde mi percepción, el puño y letra de quien desee escribir (salvaguardo quien por algún motivo no pueda escribir, es más que obvio; e igual su comunicación es diferente…, eso).
Y creo que no tengo más para añadir, la verdad es que no quiero alargarme mucho (y eso que amo el tema). Es que no quiero sonar repetitiva ni quiero que se vuelva una cátedra de géneros literarios. En fin, es momento de despedirme.
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Fuentes de interés:
Escribir para sanar: 5 ejercicios de escritura terapéutica. Web: NMParga. [N. M. Parga]
La carta privada como práctica discursiva. Algunos rasgos característicos. Darcie Doll Castillo. Revista signos (Vol.35, N°51-52; 2002). Universidad Católica de Valparaíso, Chile. Artículo en línea.
La intimidad de la ausencia: formas de la estructura epistolar. Patrizia Violi. Artículo en Revista de Occidente (N°68, 1987). España.
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