Superé mi depresión y lo uso con mis personajes

Reflexiones de una beta

   //Sobre cómo superé mi depresión y ahora uso ese conocimiento para mis personajes.

   ¡Hola, letritas hermosas!

   Me ha ocurrido más de una vez el conocer a alguien con un bajón emocional que en la persona es más bien patológico: depresión (una tristeza más prolongada y con varios síntomas; les dejo una entrada donde hablé un poco de trastornos mentales). No soy psicóloga ni psiquiatra, lo que sé no llega al nivel básico de carrera para ninguna; pero hay cosas que me dan derecho a hablar del tema: me he informado y he vivido dicha situación. De este proceso y sobre cómo aprovecho eso a mi favor.


   No contaré todo lo que viví, pero sí mencionaré que padecí esto por años desde los inicios de mi adolescencia. En añadidura, tengo trastorno de ansiedad (el cual he aprendido a controlar más que bien gracias a Dios que me ha enviado consejeros y la fuerza de voluntad necesaria). A causa de abuelos muertos o ausentes mis papás no tenían suficiente conocimiento para evidenciar este problema y menos para creer en las palabras de una chica de trece años que dice que se siente mal y no sabe el motivo. La ansiedad me causaba falta de aire y nunca me hicieron diagnóstico mental; placas de pulmones, exámenes de sangre y toda la cosa, pero ¿ansiedad? ¿Qué es eso?

   Cuando pedí un psicólogo las cosas se tornaron en incredulidades porque a mis papás los educaron con un pensamiento de que si no me corto el brazo no tengo por qué llorar. Ha cambiado esto y ahora sí toman en serio estos males, pero fue un proceso familiar que me causó problemas en casi toda la adolescencia tanto a mí como a mis hermanas y a ellos mismos.

   Paréntesis: voy a mencionar a Dios varias veces porque soy cristiana y es lo que me ayudó a salir. Si no creen, lo respeto, pero lo máximo que les pido es que como mínimo se mantengan en la respetuosa neutralidad y como mínimo que consideren las otras cosas que mencionaré respecto a la literatura. Cierro paréntesis.

   Tuve mis altibajos y siempre en las épocas más oscuras alguien apareció. En mi fe las personas llegan a la vida de alguien por una razón en específico, yo tengo la certeza de que todas estas personas aparecieron con el fin de mostrarme que valía la pena vivir (sí, tuve pensamientos autodestructivos más de una vez y me autolesioné). 

   La primera vez fue mi mejor amiga, y que sigue siéndolo actualmente, luego de haber roto mi amistad con un grupito con el que había compartido mucho. Ahora sólo mantengo contacto con una de ellas porque se disculpó conmigo y ahora es otra persona. Cosas que pasan. Con ella y las amigas que hice en ese momento tomé más confianza y me volví más extrovertida.

   Mi mejor amiga me invitó a su congregación a una actividad para jóvenes y volví a acercarme a Dios por primera vez desde la infancia, esta vez me sentí diferente y quería volver a escuchar las enseñanzas de Jesús, de quien sabía que me amaba. Empecé a congregarme regularmente allí y sigo asistiendo en la actualidad (perteneciendo, más bien, con esto del bichillo ese las reuniones son virtuales; igual remarco: la iglesia  es el cuerpo de personas y no el templo en el que se reúnen para congregarse).

   La segunda vez fue cuando me cambié de colegio. Lo amaba y tenía muy buenos compañeros, pero la enfermedad ataca sin importar qué y como no me llevaba tan bien con mi familia, en ese tiempo acabé recayendo sin reconocer todavía lo grave de la situación. Hice de nuevo un grupo de amigos que me tuvieron y aún me tienen mucha paciencia, son un sol del desierto estas personas. Los fastidié con mal humor, actitudes estúpidas e hirientes, rompí promesas de no lastimarme y aún así siguieron ahí para mí. Ellos no son bautistas, sino católicos, pero su apoyo sé que también tenía que ver con Dios y con que son personas maravillosas (en serio fui bastante molesta a veces jajaja). Ah sí, otro muchacho externo al grupito fue el que me insistió mucho en ir con la psicóloga del colegio y empecé a tomarme en serio la salud mental y a esforzarme para que mi familia también lo hiciera.

   La siguiente vez, luego de estabilidad por casi dos años (o eso me parecía) que incluyeron mi último año de colegio, fue en la universidad. En esa época asistía al hospital porque mis ciclos hormonales no estaban del todo bien y de alguna manera mi insulina se fue muy alto, yo sin ser diabética. Tenía problemas con mi peso que ya rayaba la obesidad y pedí asesoría nutricional, me di cuenta de que parte de mi problema también era por la ansiedad y me remitieron a psiquiatría (después de la psicóloga del colegio durante aquel año fui a uno estatal con un grupo de jóvenes, por eso tuve cierta estabilidad durante un tiempo).

   Yo sabía que las cosas no eran sólo de traumas y mal manejo de emociones. Fue entonces que volví a tomar medicamentos (me acabo de acordar que sí tomé una vez de más joven, cuando empezaron las cosas, pero me fue súper mal porque fue un doctor general que me recetó alguna pastilla que me tenía bastante drogada y lo dejé adrede). Esta vez sí eran más controlados y dados por una especialista.

   Mi psiquiatra tenía una filosofía de arrancar los problemas de raíz y no sólo aliviar los síntomas. Ella no creía en empastillar por completo a los pacientes porque lo que se hacía era una dependencia y, según me comentó, gran porcentaje de suicidios ocurren en personas medicadas. Así que me proporcionó guías para autogestionarme junto con pastillas ligeras (dosis baja que sólo aumentaría si yo no me sentía bien y si estaba teniendo problemas con el “curso de aprender a entenderme”; así lo llamaba, un curso o taller para aprender). 

   El consejo más importante, para mí, y el cual aún retengo y le doy a los demás sobre este tema es: sentir más y pensar menos. Muchos problemas se hacen más grandes porque les damos más vueltas que un carrusel y es donde aparecen más problemas de los iniciales y nos estresamos por cosas que no podemos controlar. En cambio, aprender cómo sentimos y saber qué sentimos es algo mucho más manejable e imperante. Por eso me ayudó mucho aprender a desviar los pensamientos repetitivos y negativos a los de “mi zona feliz”.

   En cuanto empiezo a pensar en una estupidez que dije hace una década y que ya no tiene importancia me digo “ok, ya pasó, ya aprendimos de eso y ahora pensemos en algo mejor”; de inmediato redirecciono mi foco a un proyecto en el que trabajo o en el pajarito de plumaje amarillo que vi en el patio por la mañana. Me enfoco en sentir qué huelo, escucho y percibo.

   Yo había dejado de autolesionarme saliendo del colegio. Un proceso que me enseñaron en el grupo de jóvenes y por mis propias investigaciones donde primero me dejaba sentir el dolor emocional para luego dejarlo ir y después concentrarme en una actividad externa que me distrajera de lastimarme. Aprender a respirar y sobrellevar los ataques de pánico fue otra de las cosas que me ayudó bastante y aún me sigue siendo un excelente soporte. Por ello, las terapias de mi psiquiatra fueron la guinda del pastel para que aprendiera a dominar mis desequilibrios y pudiera sanar. Eso sí, el arte siempre estuvo de la mano.

   Resulta que desde la adolescencia le cogí gusto a la lectura y a la escritura, siendo que empecé a escribir fanfics a los once (sin saber qué eran), a los catorce empecé a publicarlos en fanfiction.net y no estoy orgullosa de todos porque, bueno, mucha sexualización e ideas tontas de romance y del gore jajaja. Sí, no era lo mejor, pero tenía ideas buenas y los últimos sí traían cosas bastante interesantes y trabajadas, además de una gran mejora en redacción y estructura. Como sea, continué creando cosas cada vez más laboradas y hasta le regalé una novela a un amigo. Un día se las comparto, pero tengo que pulirlo primero (equis de). Para la universidad ya empezaba a crear cuentos originales para mí misma y a sentarme seriamente a escribir La Novena Familia.

   Por allá de finales del 2017 hallé un grupo de arte en mi universidad donde se hace narración oral. Este fue el último grupo que Dios puso en mi camino para levantarme y enviarme por el camino artístico. La mayoría no son creyentes, pero cuanto mínimo no sueltan tanta blasfemia como otros ateos que he conocido y son conscientes de que el arte cura y que cada quien tiene mucho, mucho qué decir. Son maravillosas personas, con todo y ciertos pensamientos en los que no concordamos me fue posible integrarme a la que llamamos familia. El arte los ha ayudado a sanar sus propias heridas y me ayudó a mí también, dejé de tener tanto miedo a expresarme y ahora tengo más confianza para hablar con otras personas y a hacer mis exposiciones académicas (excelente servicio, cinco estrellas).

   Me he acercado más a Jesús y me volví más presente en la congregación. Exceptuando una temporada que no fui, pero seguía leyendo mi Biblia y aún sabía de cosas que les pasaba a mis hermanos. Pero bueno, mi último bajón depresivo fue en el 2018. Este septiembre cumplo dos años de salir de la depresión y de tener mis últimos pensamientos dañinos. Mi familia ya se toma como algo serio esto del suicidio y como mi mamá se ha acercado a Dios y aceptado a Jesús en su corazón ahora es más comprensiva y la armonía familiar ha mejorado mucho. De hecho, mis dos hermanas van con ella a su propia congregación (yo voy a otra, aunque la doctrina en el cristianismo evangélico es la misma). Y ojo, estoy hablando de fe, no de religión. En mi familia somos creyentes, mas no religiosos porque Jesús fundó una iglesia, no una religión.

   Con tanta mejoría ahora puedo hablar del tema sin sentirme mal y puedo hacer chistes al respecto o escribir abiertamente sobre ello. He hecho cuentos con esta base de personas que apoyan; uno tiene final feliz, aunque también tengo otro cuyo final es fatal y con humor ácido. Este cuento apenas lo he contado en un auditorio con una mayoría de adultos maduros…, y aún así, con recelo. Ambos cuentos son protagonizados por una persona en su pico más bajo, ambas sin aparentarlo realmente, pues su máscara al mundo es alegre o satírica. 

   He aprendido a escribir que hay maneras de retratar la tristeza y el dolor del espíritu sin necesidad de mencionarlo. Por ejemplo, tengo este microcuento llamado “Indoloro”, el cual lo he contado tal cual está y también con un trasfondo de ruptura amorosa:

   “Con los ojos llorosos y después de un largo silencio se atrevió a preguntar: Entonces, ¿cómo es el amor en realidad?
   La respuesta fue seria y firme: Sin dolor.”

   De todo mi proceso aprendí que hay varios tipos de terapias y que, claramente, los psiquiatras y psicólogos tienen áreas diferentes dependiendo de la afección. Entendí que un médico general no tiene que medicar a un paciente que necesita terapia de salud mental específica, que hay médicos incompetentes y otros bastante buenos y que hay corrientes de medicina diferentes como la que practicaba mi última psiquiatra (el pasado es porque ya se jubiló). Por eso puedo jugar un poco con el proceso de estos personajes y sé a dónde enviarlos si tienen inteligencia emocional o más bien necesitan mayor soporte externo.

   He conocido personas que, obvio, no sobrellevaron sus traumas y problemas igual a mí y sé que no todos los personajes tienen final feliz, así como otros más bien les cuesta más tiempo hallar su final feliz o fatal.

   Si han leído cosas que he escrito, sabrán que les presto muchísima atención a las emociones y los sentimientos de los personajes. No sólo es algo que me gusta y me llama la atención, sino que comprendo varias alternancias y como soy muy empática se me da fácil ponérselas. Claro que hay cosas que me cuestan y aún hay tipos de personalidad que no me gustan mucho o no las exploro tanto, pero si me ponen describir las emociones ahí estoy feliz al punto que me tengo que parar y recortar los párrafos por tanto detalle. En mi grupo hablamos de que hay quienes somos “lengua larga” por los textos tan extensos o porque en el escenario se explayan de lo lindo.

   Ejemplo de cómo uso mis métodos de control de ansiedad: Holger, protagonista masculino de La Novena FamiliaLa Novena Familia, padece ansiedad (aunque en un nivel un poco mayor al mío) y para el punto en que empieza la historia él ya sabe dominar su mente y detectar cuando se está saliendo de control:

   “Llevó ambas manos debajo de la camisa y rozó la irregular piel con las uñas y yemas. Las ganas de rascarse y sacarse toda la frustración a base de dolor físico fueron inmensas. Movió los dedos y presionó un poco. El estómago le ardía de impaciencia, quería rasgarse con furia, sin importar que se le volviera a romper la piel. Toni ya lo perdonaría por faltar a su trato respecto al tema; él mismo lavaría la camisa luego, junto con el suéter manchado de sangre ajena. El cosquilleo en la piel le provocó un escalofrío.
   Quitó las manos y las bajó cerrándolas con furia. Le resultaba difícil respirar hondo y consiguió traer a su mente los consejos de su terapeuta para cuando estuviera a punto de perder su propio control. Observó los azulejos del suelo y paredes; enumeró las botellas de champú, acondicionador y jabón; se concentró en que sí, se sentía frustrado, pero no podía estarlo por mucho tiempo más. Se aferró a la idea de que no estaba solo, que no podía librarse de personas que estuvieran en desacuerdo con sus acciones.
   Poco a poco el llanto aminoró y Holger pudo lavarse la cara y acomodar el cabello. Arregló la ropa y bebió un poco de agua. Ya era fácil dominarse otra vez y poner una expresión tranquila.”

   Del mismo modo, tengo personajes que no se percatan de que necesitan ayuda y otros que están en el fondo del hoyo por mucho tiempo. Dos de ellos son de un fanfic de EXO (pueden leer Disyuntiva de placer & amor sin necesidad de escuchar el grupo, básicamente lo único que tienen de esos idols son los nombres jajaja). En fin, que en este fic uno de los protas cree que le gusta prostituirse y, aunque le gusta el sexo, poco a poco entra en un dilema porque se enamora de un hombre que conoció y con el cual empieza una relación, se encariña incluso con el hijo de este. Su mejor amigo, al cual considera un hermano, padece distimia; por lo que durante dos años el dinero es bastante ajustado al este ser incapaz de trabajar y caer muchas veces en deseos de autoeliminación. Viven en una ciudad cuya economía se basa en actividades nocturnas y la salud es privada.

   Me puse a experimentar más de la cuenta, pero he ahí mi contraste y he usado este personaje depresivo para explorar lo que es empezar a recibir terapia y empezar a conocer personas después de tanto tiempo aislado (una de tantas formas de llevar el proceso).

   Obvio, nunca dejo de informarme y de buscar testimonios porque no seré tan descuidada para hacer todo al aire y basándome únicamente en mi experiencia. Esas investigaciones me han ayudado también a hallar teorías y enfermedades que desconocía, físicas y mentales, así como mostrar métodos de autodefensa natural del cuerpo (como que el cerebro bloquea recuerdos o que la mala memoria a veces deriva de trastornos).

   Esto me lleva a mencionar que también hay formas de mostrar recuerdos, eventos pesados y flashbacks y que no siempre es necesario poner la escena del trauma para entender qué le pasó al personaje. De hecho, a veces esa sutileza es de lo mejor y basta con la imaginación a causa de un par de líneas para darnos a entender lo que sufrió.

   Digamos, escribir “no había vuelto a mostrar tanto interés en socializar desde que un chico de preparatoria le fastidió su inocencia en los baños del colegio” quizá sea preferible a describir toda la escena de ese horrible día. También con otras cosas como las autolesiones o los intentos de suicidio. Pero con esto depende mucho del tipo de obra, si son muy descriptivos en todo el texto es posible que sí haya que dar ciertos detalles porque quedará mutilada la construcción de su pasado (en mi caso, yo sí o sí tuve que poner detallitos esparcidos acerca de las lesiones de Holger y cómo se sentía el día en que intentó quitarse la vida; no así en cuentos donde sólo basta uno o dos renglones para decir que ocurrió algo malo).

   Ahora, en resumen porque ya me he extendido mucho: Me curé de esas cosas y ahora uso lo que aprendí para mejorar la construcción de mis personajes, así como me ayuda a darme cuenta de que a veces un personaje ajeno no está del todo bien hecho en sus crisis (tener novio no cura la depresión; el apoyo que él proporciona, la terapia y la relación consigo misma sí. Si es creyente o se vuelve creyente, entonces se agrega la relación con su dios).

   Oh, casi lo olvido, al momento de generar estos casos hay que pensar cómo es vista y tratada la salud mental en sus mundos. No basta sólo saber que el personaje tiene un problema mental (el que sea, aquí hablo de depresión, pero puede ser esquizofrenia, bipolaridad, personalidad límite o lo que sea). De nuevo pongo de ejemplo mis mundos: siempre describo una sociedad donde la salud mental no está estigmatizada. Puede ser privada o pública, pero mi costumbre es que a nadie tilden de loco por ir a un psicólogo y que no sea una cosa horrenda y tabú decir que hay hospitales de salud mental.

   Habrá quienes tengan mundos y concepciones diferentes; sin embargo, tenerlo en cuenta es importante (y es algo que empecé a tomar en cuenta por los distintos grupos que me han rodeado: Unos lo ven normal y otros no, unos creen que medicarse por ansiedad es raro o tonto y otros lo ven como si fuera igual a tomar un antigripal).

   Como no sé qué más decir, diré que hay formas diferentes de decir que alguien dice algo (equis de). La entrada de opciones y estructuras a probar está por aquí.

   Es que a veces no sé cómo cerrar, como este es un tema algo complejo, tenía que poner mi burdo intento de alivio cómico jajaja.

   Cosejillo final: No teman en preguntar si no saben del tema ni se sientan invasivos buscando información sobre la situación si quieren escribir un personaje con esta clase de problemas. Es mejor no escribirlo desde la ignorancia porque ocurrirán dos cosas sobre todo: será un personaje mal hecho y casi burlesco respecto a la enfermedad; o los estereotipos se verán reforzados y posiblemente alguien en un limbo tomará ideas equivocadas que le harán más daño.

   Esto último es porque hay libros que básicamente son manual de la autolesión y no dibujan la línea de “mi personaje es así, pero el narrador sabe que está mal” y es donde básicamente se romantiza o se le resta importancia seguir en ese hoyo de males que sí tiene salida. No me enojan los personajes que no salen del problema, me enoja su mala construcción o su inverosimilitud para tomar la decisión.

   Ah, pero mi conclusión está muy larga ya. Ok, ahora sí me despido, queridas letritas. Si tienen dudas o sugerencias, saben que pueden dejarlas en los comentarios o enviarme un mensaje. Diosito los bendiga (carita feliz).

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   Atentamente, una beta de por ahí, ¡chao!

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