3 malos hábitos de escritura: Parte 2

   // Malos hábitos al escribir y cómo eliminarlos: Parte 2

   ¡Hola, letritas hermosas!

   Hoy vengo a comentarles sobre otros tres de los errores frecuentes al empezar a escribir cualquier cosa. Ya sean fickers o escritores de originales estos consejos les podrán servir de igual manera.


   1. Falta de investigación.

   Aunque parece obvio que la investigación es necesaria antes y durante el proceso de escritura, a veces nos olvidamos de ahondar en el tema que queremos conocer o pasamos de largo con otros porque nos quedamos con lo que ya sabemos. Me explico mejor y me usaré de ejemplo: Adoro la psicología y la neurociencia, de lo segundo apenas entiendo una zanahoria y de lo primero apenas conozco la punta del iceberg; pero sé que son importantes para el desarrollo de un personaje y sobre todo si quiero añadir enfermedades relacionadas a la mente como trastornos, traumas y depresiones. No puedo quedarme con lo que sé, tengo que buscar y verificar que he retenido la información correcta para que mis personajes sean verosímiles.

   Lo mismo sucede con otros temas. Si creamos un rey, un presidente, ministro o cualquier entidad inmiscuida en la política, es imposible pasar de largo con una investigación básica sobre política, relaciones internacionales y hasta economía. Faltar a la labor investigativa nos creará huecos argumentales, y fallas de lógica en comportamiento y trama.

   No siempre se puede justificar un problema físico o mental con un “el accidente le cortó la mano o lo trataron mal y ahora es así”; debe haber un proceso y motivos claros si sus resultados son imperantes para la trama. Incluso si se trata de muertes, estilos de vida (cultura, religión, costumbres...) o la misma construcción de mundo, la investigación es importante. La geografía de un mundo no se basa solamente en “una montañita por aquí y una playita por acá”, hay mucho más y la geología también tiene que ver con eso.

   2. Quedarse en la zona de confort.

   Con este apartado no me refiero a que no tengamos el derecho a escribir más de un cuento o novela de determinado género; sino a cómo tratemos el género. Algo común por temor a innovar o falta de apetencia con respecto a escribir un poco diferente a lo usual es que caigamos en vicios. De pronto todos nuestros romances son de pobres enamorándose de ricos pretenciosos con familias narcisistas, o todos nuestros relatos de terror terminan con que el monstruo estaba disfrazado de la amable viejita. Ocurre mucho con tramas como los pasados trágicos y las personalidades de los personajes.

    Estas cosas me solían suceder antes. Mis protagonistas originales (y a veces de fanfics) eran un cliché de un psicópata y su contraparte que no está de acuerdo con esa moral. Las parejas eran el perfecto estereotipo de que una de las partes era extrovertida y la otra tímida, una amable y otra enojona o cínica. Dejaron de ser divertidos, originales y me empezó a costar llevar las historias porque sus personajes no funcionaban.

   Sí, hay cosas que son inevitables, no todos tienen infancia de color de rosas; pero debemos plantearnos si es necesario que un personaje sufra abandono, abuso y orfandad para tener determinada personalidad. Las personas de por sí reaccionan distinto a cada estímulo y a veces sobrerreaccionamos o más bien nos volvemos indiferentes. Ya he hablado sobre el problema con los personajes femeninos “fuertes e independientes” y los hombres “amables y sensibles”, y es precisamente porque caemos en la trampa de pensar que nuestras historias no serán buenas si los personajes no son “revolucionarios”. No lo son, han existido durante milenios y varían de acuerdo a sus épocas. Nos olvidamos de los ancianos por hacer tantos jóvenes que son “el gran futuro”.

   Intenten poner comedia ligera o momentos tranquilos en un drama angustioso (lo cual es recomendable para aliviar la tensión y permitir un respiro al lector y a los personajes), experimenten con otros personajes y pongan personalidades que odian; incomoda, pero es un ejercicio provechoso. Piensen en nuevos panoramas e investiguen sobre culturas diferentes, el cliché a veces viene porque los autores empiezan a asumir que determinadas épocas son mejores, peores, o termina convirtiéndose en “conocimiento común” ciertos errores atroces.

   Ejemplo de lo último mencionado: Los romanos no eran unos salvajes quema libros y devasta ciudades; los atenienses no eran filosofía pura y paz para todo el mundo; los africanos no eran tribus sin cultura que los demás pueblos ignoraban. Entro en crisis cuando leo o veo una sociedad “romana” que sólo piensa en la guerra y que desprecia conocimiento, o cuando infravaloran los pueblos del enorme continente africano (los egipcios no eran los únicos con una cultura preciosa). Salir de la zona cómoda para investigar cosas nuevas o tratar de vez en cuando nuevas historias (aunque sea pequeñas) ayuda a la soltura y experiencia.

   3. Vocabulario desbalanceado.

   Desde léxico simple a detalles kilométricos, bien-venido a Los consejos de una beta. Un corazoncito por la referencia. Pero ya, en serio, esta vida literaria funciona con balances. Yo sé que a veces queremos presumir una palabra nueva que aprendimos, pero no calza con todo y debemos reconocer que muchas veces funciona más una explicación larga o palabras sencillas que una palabra poco común (o viceversa).

   Por ejemplo. Podemos escribir: “lo sostuvo del cuello para después arrojarlo por el ventanal del cuarto piso. Atravesó el cristal debilitado sin poder sujetarse de nada. El impacto contra la acera le provocó una muerte inmediata”. Y también: “lo defenestró del cuarto piso. Atravesó el cristal debilitado sin poder sujetarse de nada. El impacto contra la acera le provocó una muerte inmediata”. Resulta que los dos fragmentos están bien, pero estoy siendo descriptiva y en el estilo general convendría, para este caso particular, que se usen un par de palabras extras.

   Claro que hay quienes prefieren lo rápido, ágil, usarían "defenestrar" y acortarían las demás oraciones; eso también es válido siempre y cuando haya equilibrio y exista un balance diferente relacionado al lenguaje sencillo (o rápido) y poco detallado en las acciones.


   Sí, sé que suena algo confuso lo que estoy diciendo, pero me explicaré más. Resulta que dependiendo de las palabras rebuscadas, el resto queda disonante. Sigamos con el ejemplo anterior: si todo el capítulo estuve describiendo las acciones y aparezco con una palabra que resume una acción completa que debió detallarse a causa del estilo, quedará casi perezoso. ¿Para qué expliqué tanto antes si luego resuelvo todo con una o dos palabritas? La balanza se tuerce. Lo mismo pasa si me he pasado hablando poco y de la nada me tiro dos páginas de alguien caminando por su ciudad. No tiene sentido.

   Un problema que acarrea el lenguaje elevado es la prosa púrpura. Si en todo el texto el estilo es rebosante de detalles y es algo natural que usemos palabras poco usuales, no hay problema; pero si me paso escribiendo “pensó, pensó, pensó” y de la nada “se sumergió en sus pensamientos más recónditos”, crearé un hermoso parchón púrpura.

    Esto me lleva a mencionar frases o fórmulas clichés. Y sí, entiendo que hay paráfrasis y que ciertas expresiones ya están formadas, pero para eso existe el ingenio para crear nuevas frases y cambiar las oraciones para no repetir “abrió los ojos como platos” (me molesta esa necedad de resaltar esa muletilla porque para mí perdió la gracia, pero es un ejemplo bastante evidente). Tal construcción se puede transformar en “abrió los ojos de par en par, abrió los ojos en sorpresa, la expresión de sus ojos denotó asombro; expresó su asombro; su rostro se marcó de sorpresa, etcétera”.

   Para solucionar estos problemas tenemos que pensar en qué clase de vocabulario queremos usar, si uno simple, uno formal o más bien de tipo vulgar. Puede que queramos darle un tono de leyenda o de vieja crónica, no sé, lo que deseen ustedes; pero siempre manteniendo un balance. Recomiendo mucho el tener diccionarios de sinónimos y antónimos a mano, así como ejercitar los tiempos verbales para evitar que se saturen los sonidos y las fórmulas para plasmar ideas.
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   Con todo esto ya dicho, no me queda nada más que agregar. Como ya saben, estas entradas son breves. Los invito, queridas letritas, a decir en la sección de comentarios qué otros errores destacarían ustedes, sus posibles soluciones o qué más añadirían a lo que he expuesto aquí. Me gustaría mucho leerlos.

   Atentamente, una beta de por ahí, ¡chao!
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